
La anterior cumbre del clima, la COP 26 que se celebró en 2021 en Glasgow dejó muchos temas sin cerrar. Sus promesas nos situaban en la senda de entre 1,8 y 2,4 grados centígrados de calentamiento, muy por encima de los límites seguros para la humanidad. Además, los países ricos no cumplieron su compromiso de aportar 100.000 millones de dólares anuales en financiación del clima para apoyar a los países más vulnerables. Por ello y más, la cumbre 27 que se celebra en noviembre de 2022 en Egipto tiene mucho trabajo pendiente.
Los efectos de la crisis climática están siendo devastadores: un tercio de Pakistán bajo el agua, el verano más caluroso de Europa en 500 años, más de un millón de desplazados por las peores inundaciones que ha sufrido Nigeria, sequías históricas en Europa y en el Cuerno de África, incendios forestales catastróficos en California. Solo por citar algunos ejemplos. La necesidad de una acción climática decidida nunca ha sido mayor.
Sin embargo, y a pesar de las fortísimas presiones de la sociedad y de muchos grupos de activistas, las perspectivas no son buenas. Egipto tiene una situación política muy poco favorable al diálogo social, las luchas por los derechos humanos son reprimidas violentamente y, además, es poco proclive a reducir la dependencia de los combustibles fósiles. Esto se suma al actual escenario geopolítico, energético y económico en el mundo, y a la escasa representación de Jefes de Estado clave. No solo falta Rusia, por razones evidentes. Se ha invitado por ejemplo al nuevo presidente de Brasil Lula da Silva, pero el presidente sigue siendo en la práctica el negacionista Jair Bolsonaro.
Los cuatro aspectos que urgen tras la anterior COP son:
1) La ambigüedad sobre la ineludible e indispensable eliminación de los subsidios de los gobiernos a los combustibles fósiles.
2) Las ayudas a los países pobres y vulnerables, una ayuda cifrada en 100.000 millones de dólares anuales y que no acaba de hacerse realidad.
3) La reforma del llamado artículo 6, el relacionado con el mercado de emisiones y que hemos visto como EE.UU. proponía mantener con una oferta de que los países como el suyo pudieran seguir comprando derechos de emisión a terceros países, algo que no ha convencido a casi nadie ya que no resuelve eficazmente el problema del cambio climático y condiciona el desarrollo de los países más pobres.
4) Desarrollar un mecanismo que logre una "mitigación general de las emisiones globales" y no solo las NDC, las emisiones a nivel nacional.
“La necesidad de una acción climática decidida nunca ha sido mayor”.
De lo que nadie parece estar hablando estos días es del elefante en la habitación. Para reducir las emisiones lo suficientemente rápido como para cumplir los objetivos de París, y para revertir otras presiones ecológicas, las economías de altos ingresos tendrán que reducir drásticamente su uso de recursos energéticos y materiales. Esa reducción en el uso de recursos es indispensable para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que, en contra de acuerdos y estrategas nacionales e internacionales, no paran de crecer. Algo muy difícil de lograr si los países siguen persiguiendo el crecimiento económico y el aumento de los niveles de producción industrial como objetivos principales.
Los científicos reconocen cada vez más la necesidad de explorar vías alternativas al crecimiento, algo que se conoce como postcrecimiento y que implican un ineludible decrecimiento. Los recientes llamamientos a una transición al postcrecimiento se han debatido en los principales informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), el panel de la ONU sobre biodiversidad (IPBES) y la Agencia Europea de Medio Ambiente.
Hay cuatro aspectos clave que ayudan en esta transición tan ineludible como urgente: economía circular, eficiencia energética, energías renovables y electrificación general de procesos clave como el transporte. Pero estos cuatro aspectos son insuficientes para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París y para mantenernos incluso en la zona de seguridad climática mínima de los 2ºC, ahora que la meta de los 1,5 parece ya inalcanzable. Estos cuatro aspectos no son objetivos, como muchos argumentan, sino que son medios para facilitar otro fin, el de la reducción significativa tanto de la demanda como de la producción energética. Por hablar en cifras orientativas, debemos plantearnos una reducción del 50%, muy superior a ese 50% en el norte global y bastante inferior en el sur global, en los países en vías de desarrollo.
“Hay cuatro aspectos clave que ayudan en esta transición tan ineludible como urgente: economía circular, eficiencia energética, energías renovables y electrificación”.
Los escenarios que limitan el calentamiento global a 1,5° C describen grandes transformaciones en el suministro de energía y una demanda energética cada vez mayor. La demanda final de energía mundial en 2050 se debe, matemáticamente, reducir al 40% de la demanda energética actual. El desafío es lograrlo a pesar del aumento de la población, la renta y la actividad.
Un ejercicio de modelización de evaluación integrada, muestra que los cambios en la cantidad y el tipo de servicios energéticos impulsan el cambio estructural en los sectores de suministro intermedio y ascendente (energía y uso del suelo). La reducción del tamaño del sistema energético mundial mejora drásticamente la viabilidad de una transformación de la oferta con bajas emisiones de carbono. Este ejercicio cumple el objetivo climático de 1,5° C, así como muchos objetivos de desarrollo sostenible, sin depender de tecnologías de emisiones negativas.
Pero la humanidad no sigue este rumbo. El estudio más detallado hasta la fecha sobre el balance de carbono global revela que nos alejamos cada día un poco más de los objetivos del Acuerdo de París. El estudio lo deja muy claro: las emisiones siguen subiendo. Para una mayoría de científicos, hemos perdido ya la ocasión de alcanzar el objetivo de 1,5° C. Y en la COP 27 no se habla de esto, o no al menos en estos términos.
Los nuevos acuerdos deben asegurarnos no superar ahora la línea roja de los 2° C, un último limite a partir del cual los puntos de inflexión climáticos nos llevarían a un clima caótico y ciertamente peligroso. ¿Estableceremos las bases para que este límite dramático no se supere? ¿Se darán ayudas reales y significativas a los países más vulnerables para que mientras resolvemos el problema climático global ellos puedan adaptarse a esos impactos del cambio climático que ya están aquí? La valentía y la ambición no están presentes en la COP27, no al menos en grandes dosis. Pero dicen que la esperanza debe ser lo último en perder.
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