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Coloquialmente todos asociamos el término «inteligencia artificial» (IA para los amigos) a la ciencia ficción que describe un futuro en el que las máquinas dominan el mundo con un carácter más o menos amistoso.
Tanto si hablamos de un temible robot modelo T, como los que nos traía del futuro la serie Terminator, o de la adorable amante virtual de Joaquin Phoenix en Her, tendemos a identificar la IA con creaciones sintéticas que simulan las funciones cognitivas que los humanos asocian con otras mentes humanas, como «aprender», «resolver problemas» o «seducir».
Hablando de manera más formal,
"La inteligencia artificial es la disciplina que permite la creación de máquinas con capacidad de percibir su entorno y llevar a cabo acciones que maximicen sus posibilidades de éxito en algún objetivo o tarea de manera “racional” y flexible."
En realidad, el concepto no es reciente. El últimamente reivindicado Alan Turing construyó su dispositivo bombe, que permitió descifrar los códigos de encriptación nazi, durante los años 40 del siglo pasado, utilizando en ella lo que podríamos considerar IA, y formulando al mismo tiempo sus principios.
Actualmente la disciplina es considerada sin ninguna duda como la próxima gran disrupción de la humanidad a la altura de invenciones como la imprenta, el motor de combustión o la más reciente de Internet.
Relevantes personalidades de la ciencia, como Stephen Hawking, consideran que, en última instancia, el desarrollo de la AI puede significar el fin de la humanidad y abogan por su paralización.
En otro lado también encontramos otras visiones menos catastrofistas que atisban un futuro liberado del trabajo, dedicado a la administración de la abundancia y riquezas que las máquinas generarán para nosotros, abriendo con ello una nueva era en la existencia humana en la que las necesidades básicas de las personas estarían garantizadas.
La revolución de la inteligencia artificial
Lo más sorprendente de esta revolución es que ya está entre nosotros, y realmente esto ha ocurrido sin un debate profundo sobre la sus consecuencias éticas y sociales. Solo en el último año hemos asistido a la conquista de espacios que considerábamos puramente humanos, como la conducción de vehículos en condiciones complejas de tráfico o la reclamación de multas de aparcamiento, tarea de atribución a una profesión tan especializada como la abogacía.
Incluso hay quien se ha atrevido con la más sublime de las capacidades humanas como es la creatividad, a través de un ordenador que aprendió del estilo de Rembrandt para generar una obra de arte nueva y original que conservaba su estilo.
En ocho años se espera que los ordenadores alcancen la capacidad de procesamiento de información del cerebro humano con consecuencias previsiblemente asombrosas.
Los líderes tecnológicos se han lanzado a la conquista de este espacio en una carrera frenética por no quedarse atrás:
- Google adquirió el año pasado DeepMind, buscando un sistema capaz de distinguir y describir en un vídeo objetos y acciones dando sentido a lo que en él ocurre, y todo por sí solo y sin que nadie haya puesto etiquetas en el archivo previamente.
- IBM desarrolla su superordenador Watson, para realizar diagnósticos médicos, análisis de la personalidad y traducciones en tiempo real, sin intervención humana.
- Facebook ha desarrollado un algoritmo que permite reconocer un rostro con éxito el 97 % de las veces, aunque haya sido mal captado, superando en ocasiones la tasa de acierto de la persona que aparece en la foto.
IA y atención al cliente
En paralelo, todas las compañías vivimos inmersas en la necesidad urgente de proporcionar una mejor oferta de atención al cliente, para los que IA presenta un inmenso potencial complementario con los equipos humanos.
A pesar de ser una idea contraintuitiva dada la automatización que conlleva, la IA permitiría mejorar la implicación humana en el servicio de atención al cliente, facilitando y optimizando los esfuerzos para conectar con las personas.
Existen distintos niveles de interacción entre máquina y cliente, desde los sistemas meramente informativos, capaces por ejemplo de proporcionar el horario de un vuelo, hasta los más complejos que permiten realizar operaciones completas de venta o contratación sin necesidad alguna de intervención humana.
Igualmente la IA también puede aportar su capacidad predictiva a la relación con los clientes, a través del análisis de patrones de conducta y hábitos para adelantarnos a ellos, por ejemplo haciendo llegar ofertas o información justo en el momento que sabemos que un determinado cliente suele realizar una compra concreta de manera regular.
Los consumidores son cada vez más impacientes y expresivos cuando se les presta un mal servicio, así que la IA tiene un importante papel a la hora de ayudar a las empresas a cumplir, superar y predecir las expectativas de sus clientes.
A día de hoy la mayoría de clientes prefieren la interacción humana, sobre todo cuando se refiere a la toma de decisiones trascendentes como la contratación de una hipoteca, pero el ritmo de evolución tecnológico hace muy probable que el escenario sea distinto en un futuro no tan lejano.
90 minutos de innovación
El pasado doce de diciembre tuvimos el placer de celebrar en la sede Social de Endesa en Sevilla una jornada de nuestra serie 90 minutos de innovación, en la que José Luis Calvo, responsable de innovación tecnológica de Mapfre, y Ángel Barbero, responsable de desarrollo de negocio en Tecnilógica, compartieron con los empleados su punto de vista experto y algo provocador sobre el presente y futuro de la materia y cómo podría afectar al día a día de nuestra actividad en el corto y medio plazo.