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La fuerza del agua
Las persistentes lluvias de octubre y noviembre en el noroeste de España liberan ya imágenes para el recuerdo, como las que estos días se aprecian en la presa del Eume, ubicada en el municipio de As Pontes, en la provincia de A Coruña. En el momento de su construcción, en la década de los 50 del siglo pasado, fue uno de los saltos más imponentes de Europa, con más de 100 metros de altura. El embalse que crece con la presa alimenta a la central que se encuentra a unos tres kilómetros río abajo. Este activo de generación hidroeléctrica supera los 50 MW de potencia instalada. En la nave principal de la central, los dos grupos llevan semanas turbinando a plena capacidad. El ruido de esa inagotable colección de engranajes que acciona la descomunal fuerza del agua no cesa. Es un zumbido sordo que evoca persistentemente al sensacional poder de transformación de la naturaleza.
No en vano, el desarrollismo económico que España vivió durante el siglo pasado no se explica sin esta fuerza tractora. Para que, por ejemplo, la producción en el cordón fabril de núcleos urbanos como el de Barcelona se disparase fue necesario embalsar la abundante agua que se acumulaba en las faldas del Pirineo. Así, encapsulada entre toneladas de hormigón, servía tanto para garantizar el consumo de las poblaciones cercanas como para poner en marcha las potentes centrales hidroeléctricas. El mecanismo de estas últimas viene de lejos, son versiones avanzadas y automatizadas de los viejos molinos de agua. Se canaliza un poderoso torrente que mueve a una turbina. Y esta da vida a un generador. La energía producida se vuelca a la red general. Y así fue llegando el progreso a muchas áreas industriales del país.
Sencillo y a la vez complejo, porque cada río, cada cañón, cada terreno guarda unas características que exigen casi un traje hecho a medida. Algunas instalaciones tienen mucho arrastre y desgaste de materiales; otras, cambios de temperatura bruscos entre el inverno y el verano; deshielo y temporadas secas… pequeños universos dentro de una misma tecnología que con la transición energética ha cobrado un nuevo impulso gracias a su capacidad de gestión (cuando no son centrales fluyentes, es decir, sin embalse). Esto le permite producir y respaldar a otros recursos renovables no gestionables, como el viento y el sol. Cuando ellos fallan o necesitan estabilidad, ahí aparece la hidro: 100 % predecible, 100 % fiable.
Pero en esto también el cambio climático, contra el que se pretende luchar con la descarbonización de la economía y la catalización del uso de las energías verdes, ha empezado a hacer mella. Las modificaciones de los patrones atmosféricos obligan a reprogramar la gestión de los recursos. Todo apunta a que hoy llueve más concentrado que antes, en menos días y con mayor abundancia, casi de una forma explosiva.
Con lo que es más complejo acertar la cantidad exacta que se debe desembalsar y turbinar para evitar crecidas excesivas en los cauces de los ríos. Además, el calentamiento global hace que ese goteo idílico que significaba el deshielo con la llegada de la primavera se vea acelerado. No se retiene tanta agua como antes en las montañas ni se aguanta por tanto tiempo. Otro factor que los técnicos de las unidades de producción hidráulica, junto con las confederaciones hidrográficas, deben meter en sus ecuaciones.
Esta preocupación por revertir o desacelerar las consecuencias del cambio climático solo es la parte más visible de un fenómeno que desde las compañías eléctricas como Endesa y los gestores de las cuencas ya llevan décadas implementando: la producción de energía hidroeléctrica debe ser respetuosa con el entorno, cuidar el medioambiente y minimizar su impacto en los ecosistemas. Por eso, entre otras muchas cosas, se han realizado importantes inversiones en equipar las presas con caudales ecológicos que permitan el tránsito de los peces en todo el cauce del río, se turbina con sensibilidad sobre otros usos que el río pudiese tener aguas abajo como el lúdico o para las comunidades de regantes e incluso se impulsan estudios para analizar la salud de los estuarios tan particulares como el del Eume.
Es el proceso de modernización de una tecnología con más de 100 años de implantación y que está llamada a jugar un papel clave en uno de los procesos más trascendentes para el futuro de nuestro planeta. No solo con las fórmulas tradicionales, sino con los nuevos sistemas de bombeo que les permiten funcionar con mayor precisión sobre las necesidades del sistema energético nacional. Su hibridación con otras fuentes renovables ha conseguido que haya territorios, como la isla del Hierro, que se acerquen a la autosuficiencia energética. Una meta que la invasión de Ucrania por el ejército ruso ha revelado de vital transcendencia para los países con dependencia de combustibles fósiles y falta de estos recursos en sus territorios, como le ocurre a España.
La gestión del agua es en sí misma un legado que para las generaciones futuras. No solo por el salto adelante, el impulso a la transformación industrial de los diferentes territorios, gracias a la aportación a la red de los cerca de 5.000 MW de potencia hidroeléctrica que Endesa opera en toda la península ibérica, sino por ese creciente respeto por el entorno, por ayudar a que la producción de energía viva en sintonía con la naturaleza, que, en definitiva, siga siendo un apoyo para los cambios que han llegado y los que vendrán.