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La fábrica de la luz
– Éramos como una familia.
– Date cuenta de que , teníamos que soportarnos muchas horas al día y en condiciones que requerían de esfuerzos titánicos.
Un dron aterriza en el aparcamiento de la central hidroeléctrica Salto de Dúrcal, que figura en los activos de Endesa desde 1991 cuando la compañía eléctrica cerró la adquisición de Sevillana de la Electricidad. En la planta alta del edificio, en una sala de reuniones, Bernabé Rispal, el responsable de la agrupación de Granada y Jesús Muñoz, el técnico superior, charlan con unos invitados especiales. Diego Parejo, José Vílchez y José Manuel Melguizo llevan pocos años jubilados después de todas sus vidas dedicadas a la producción de energía hidroeléctrica. Son de la zona y conocieron a fondo lo que implicaba trabajar en esta central, a la que todo el mundo conoce en el valle de Lecrín como la fábrica de la luz.
– La central nació –explica José Manuel– para abastecer a una especie de teleférico que unía el puerto de Motril con Dúrcal y que servía para importar y exportar bienes a todo el valle. El terreno era tan complejo que el teleférico fue la solución más sencilla.
– Antes el trabajo en una central así era muy diferente. Trabajábamos en turnos cerrados para garantizar la operativa –comenta Diego Parejo–.
– En la cámara de carga –apunta José Vílchez– había una vivienda y el que estaba allí no tenía relevo, quedaba totalmente aislado. En el pasado incluso sufrieron la visita de bandoleros.


– Y era un hito de la ingeniería. Fue el salto más grande de España. Es una central de poco caudal y mucha presión: 76 kilos/cm2.. También tiene un mantenimiento diferente, porque lleva mucho arrastre de material y se desgastan los equipos.
– Recuerdo que había dos operadores de máquina y un operador de cuadro… y había muchas veces que íbamos cuadrillas de cuatro o cinco para reparar alguna avería en el canal. De repente te dabas cuenta de que dejaba de llegar el agua y había que subir. O era en la cámara de carga o a lo largo del canal y nos las teníamos que arreglar con ingenio para poder reparar las averías.
– Una vez tuvimos que rehacer un puente que se llevó una crecida.
– Y os acordáis de cómo te examinaban para entrar?
– Era en Sevilla. A mí me examinaron en un bar, pero el temario era muy completo, aunque donde luego aprendías de verdad era aquí.
– Yo nací con esto –dice Vílchez–. La primera vez que entré debía de tener 8 años. Mi padre y mi abuelo trabajaban aquí. Y se habían construido unas cuevas justo ahí enfrente [señala con el dedo como indicando la dirección] para poder lavar la ropa.
– Y esto estaba abierto todo el día –cuenta Melguizo–. Las familias entrábamos y salíamos de la central como si fuese algo nuestro.



El zumbido del dron recubre el cielo. Luce despejado sobre la ladera de la montaña en la frontera del parque nacional de Sierra Nevada. El termómetro está insoportable. A ratos supera los 35 grados. Francisco Rus pilota el prototipo. Tiene 34 años y pertenece a una nueva generación en el mundo hidro, con unidades operativas que se van desplazando a cada central en función de las necesidades que marquen la operación y el mantenimiento de las mismas. Hoy prácticamente todo se controla en remoto y el chequeo rutinario de los puntos sensibles de estas instalaciones se realiza con la ayuda de un avanzado equipo que se suspende en el aire con la misma sencillez que un barco flota en el mar.
Lo único que de momento no puede reemplazar la cámara colocada en esa estructura de peso pluma es la capacidad del ojo humano para detectar y procesar cualquier anomalía. El artilugio manejado por Rus realiza el recorrido de abajo hasta arriba, en el sentido inverso al que hace el agua cuando se precipita desde la cámara de carga. El dron sube desde la cota 851,65 donde se encuentran los dos grupos Pelton con una potencia instalada de 3 MW hasta los 1.619,80 metros en donde comienzan, a través de la tubería forzada, los algo más de dos kilómetros de salto. Es un paso hacia el vacío de 768 metros de desnivel y en los años 20 del siglo pasado, cuando se construyó la central, fue uno de los más importantes de la época.


La morfología del terreno va cambiando en función de la altitud y la humedad del suelo. Tomillo, almendros, chopos y espino blanco se van combinando para darle al relieve ese aspecto tan característico de uno de los lugares de montaña más significados de la península Ibérica. A pocos metros de la toma de agua, donde hay una pequeña presa que domestica al río Dúrcal, se erige un frondoso robledal en el que refugiarse del calor.
Rus avisa de que está a punto de parar el grupo que todavía quedaba en servicio. El nivel del depósito superior es mínimo y la presión ya no es suficiente para mover la turbina. Finales de julio y se cierra la temporada. Habrá que esperar a que el invierno vuelva a acariciar las cumbres y las deje repletas de nieve para que las máquinas se pongan de nuevo en marcha.



– En alguna reparación del canal de conducción [la canalización de 8.643 metros que une la toma de agua con la cámara de carga] nos quedamos enterrados de nieve hasta la cintura –recalca Vílchez–.
– O había que contratar animales de carga para llevar piezas y herramientas hasta los lugares más remotos.
La oscilación térmica entre verano e invierno supera los 40 grados en algunos puntos de este entorno tan peculiar. De hecho, durante la construcción de la central se abrieron hasta cuatro kilómetros de pistas para poder movilizar todo el material y se decidió que la tubería forzada iría enterrada para protegerla de una climatología extrema, que requería de una adaptación especial a los operarios y que fue fortaleciendo entre ellos un vínculo más allá de lo laboral.
Los avances tecnológicos han ido ganando terreno y lo que antes llevaba horas de una caminata a pie ahora lo cubre un dron en unos pocos minutos. Los todoterrenos también se desplazan con soltura por los caminos de la sierra y los helicópteros han tomado el relevo de los mulos. Quizás lo único que no ha cambiado son las dos turbinas Pelton y el objetivo: seguir fabricando luz.
Bernabé Rispal
Responsable de la agrupación de la central hidroeléctrica Salto de Dúrcal, Granada.
Jesús Muñoz
Técnico superior de la agrupación de la central hidroeléctrica Salto de Dúrcal, Granada.
Diego Parejo, José Vílchez y José Manuel Melguizo
Exempleados jubilados de la central hidroeléctrica Salto de Dúrcal, Granada, respectivamente.
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