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Hemos hablado con anterioridad aquí, en más de una ocasión, del concepto industria 4.0 y de su importancia en el panorama energético actual (sin ir más lejos, fue el eje del Hackathon Industry celebrado en 2015). El término, acuñado en 2011 en la Hannover Messe (la feria industrial más grande del mundo), viene a decir que la humanidad se encuentra en los umbrales de una cuarta revolución industrial, la cual volverá a poner patas arriba nuestras sociedades, como ya ocurrió con sus predecesoras, y que, sin duda, estará centrada en la transformación digital; nuevas tecnologías que nos harán la vida más fácil, y que, a su vez, nos presentarán nuevos desafíos.
Pues bien, a lo largo de una serie de posts queremos hablaros sobre las tres revoluciones industriales que ha vivido el ser humano durante los últimos siglos, y sobre las innovaciones que vieron la luz a través de ellas, con la idea de culminar la serie con un artículo centrado en la industria 4.0: qué es, cuáles son sus características principales y qué tipo de ventajas podría aportarnos.
Empecemos, pues, por el principio: la Primera Revolución Industrial.
Un poco de historia
Originada en el Reino Unido a mediados del siglo XVIII, la Primera Revolución Industrial fue un proceso de transformación tecnológica (aunque también social y económica) decisivo para Europa, y más adelante, para otros lugares del planeta. Durante este período, que abarcó aproximadamente unos ochenta años, la humanidad vivió una época de avances e innovaciones que solo había tenido parangón hasta la fecha en el Neolítico, es decir, más de cinco milenios antes.
La industrialización europea ya había comenzado en el siglo XVI, pero diversos factores la aceleraron en Inglaterra: la expansión del comercio, las mejoras agrícolas, el aumento de población (equivalente a más mano de obra) o el desarrollo de nuevas tecnologías condujo primero a Gran Bretaña, y, después, a toda Europa, a contemplar cómo su economía, sostenida principalmente por el comercio y la agricultura, se empezaba a volcar en la industria, arropada por el auge de las máquinas. O dicho de otro modo, esta revolución supuso el abandono progresivo de las zonas rurales y el surgimiento de las grandes urbes, y la mecanización de muchos trabajos que antes eran manuales, gracias a innovaciones tremendamente disruptoras.
Estos acontecimientos tuvieron un efecto inmenso e imparable en el mundo traducido, entre otras cosas, en el enriquecimiento de las arcas de todos los países implicados. Esto provocó el auge de la propiedad privada, el refuerzo de los bancos, la creación del libre mercado y, en última instancia, el nacimiento de un concepto muy vigente en nuestro siglo: el capitalismo.
Las principales innovaciones
Como hemos comentado, durante esta etapa de cambios tan trascendentales, que supuso una ruptura con el orden establecido a lo largo de muchos siglos, el ser humano contempló la irrupción de nuevas tecnologías e inventos desarrollados por auténticos visionarios, que favorecieron el boom tecnológico de los agitados tiempos que se vivían. Hubo, sin duda, dos sectores que se vieron más afectados que el resto: el textil y el de los transportes. Os contamos las principales innovaciones que los impulsaron.
Textil
La textil fue la primera industria en desarrollarse. En Reino Unido, la producción de tela era ya entonces una actividad económica muy importante, pero a nivel artesanal. Tras la revolución, se comenzaron a construir grandes fábricas textiles, en gran medida gracias a algunos inventos muy innovadores.
Uno de ellos fue la primera máquina de hilar multibobina, diseñada por el británico James Hargreaves en 1764, y bautizada como Jenny. Su desarrollo supuso un gran avance en el sector textil, pues la demanda creciente de la industria no podía ser cubierta por máquinas de una sola bobina; la de Hargreaves contaba con ocho carretes, girados por una gran rueda. La máquina se convirtió en uno de los símbolos de la Revolución Industrial, aunque su creador se tuvo que enfrentar a los peligrosos luditas, un movimiento formado por artesanos ingleses en contra de las nuevas tecnologías. Más adelante, Samuel Crompton perfeccionó la idea de Hargreaves diseñando su spinning-mule, una versión mejorada de Jenny.
Otro es la famosa Water Frame, patentada por Richard Arkwright -también oriundo de Reino Unido-, una máquina especializada en cardar algodón. Presentada en 1769, esta hiladora mecánica fabricaba el hilo de mejor calidad de todo el país, superior incluso al de Jenny. Arkwright, que se enriqueció gracias a este invento, también patentó el primer telar mecánico, el cual, a partir de 1789, se aprovechó de la máquina de vapor para mejorar su rendimiento (antes funcionaba con energía hidráulica).
Transportes
Aunque ya hablamos aquí sobre la máquina de vapor hace un tiempo le dedicaremos de nuevo unas líneas por su vital importancia en la Primera Revolución Industrial. Su creación se atribuye al ingeniero escocés James Watt, que se basó en los diseños de una máquina de vapor atmosférica ideada por Thomas Newcomen a principios del siglo XVIII. El invento de Watt fue clave para el fin de la agricultura como nuestro medio principal de vida, y revolucionó por completo el transporte de personas y mercancías.
Gracias a la máquina de Watt, en 1783, un ingeniero francés, el marqués de Jouffroy D’Abbans, botó en el río Saona el primer barco de vapor, el Pyroscaphe. A raíz de este hito, otros innovadores, como los norteamericanos John Fitch o Robert Fulton, diseñaron nuevos prototipos que, una vez operativos, significaron un avance nunca antes visto en la navegación fluvial. Fue a mediados del siglo XIX cuando los barcos de vapor alcanzaron su auge gracias al uso de las calderas cilíndricas, heredades del ferrocarril.
Es precisamente de este del que queremos hablaros a continuación. O, más en concreto, de las innovadoras locomotoras que surgieron tras la invención de la máquina de vapor. Precisamente fue John Watt el primero que patentó una en 1769, aunque se debe al ingeniero e inventor inglés Richard Trevithick la construcción de la primera locomotora de vapor en 1804. Desgraciadamente, los raíles del ferrocarril no soportaban su peso y se descartó su uso. Otro ingeniero inglés, John Blenkinsop, basándose en los trabajos anteriores sobre este tipo de máquinas, patentó en 1811 un innovador sistema de vías, llamado “de cremallera”, lo que condujo finalmente a la creación de una nueva locomotora de vapor, bautizada como Salamanca, a manos de Matthew Murray, la cual empezó a transportar carbón de Middleton a Leeds en 1812. Unos años después, George Stephenson, ingeniero británico conocido como “el padre de los ferrocarriles”, construyó las primeras líneas ferroviarias públicas que usaban locomotoras a vapor y cambió para siempre el sector de los transportes en Europa y, más tarde, en todo el mundo.
Energía
En cuanto al sector de la energía, que es el que más nos incumbe en este blog, aún tuvo que esperar algunos años para contemplar el espectacular auge de la electricidad. Aunque sí es cierto que con la Primera Revolución Industrial también experimentó algunos cambios relevantes. Por ejemplo, un aumento considerable en el uso del carbón mineral, en detrimento del vegetal, debido a su mayor poder energético. El carbón fue esencial en el desarrollo de la revolución industrial, pues era el combustible que utilizaba la máquina de vapor diseñada por Watt.