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El ser humano continúa dando pasos de gigante en su búsqueda de un nuevo modelo energético (algo que ha quedado patente tras la reciente celebración en París del COP21, la XXI Conferencia Internacional sobre Cambio Climático) mediante el desarrollo de tecnologías de generación sostenibles. Sin embargo, también se invierten muchos esfuerzos en conseguir una mayor eficiencia en la generación más convencional, la cual todavía tiene mucho peso en la producción mundial de electricidad. Un buen ejemplo sería el de las centrales termoeléctricas convencionales, las cuales son actualmente las más utilizadas en todo el planeta; se trata de lugares en los que se genera energía eléctrica mediante el uso de combustibles fósiles (que son los generan la llamada energía fósil, procedente de la biomasa terrestre creada hace millones de años), como el petróleo o el carbón.
A pesar de todas las ventajas que ofrecen este tipo de centrales, es innegable el impacto medioambiental que ocasionan, especialmente debido a las emisiones de gases contaminantes. Actualmente, diversos proyectos comprometidos con la eficiencia energética y el cuidado de la biodiversidad de la Tierra, se esfuerzan por reducir estos daños; por ejemplo, cada vez se consiguen más avances en técnicas de captura de CO2, se realizan recuperaciones ambientales de minas (como , por ejemplo, la del lago de As Pontes), o se trabaja arduamente en encontrar soluciones para hacer más sostenible la extracción y el almacenamiento del carbón.
Este combustible, como todos los no renovables, contiene un contenido energético muy elevado, por lo que resulta muy útil para generar grandes cantidades de energía sin un gasto excesivo. Además, su presencia abunda por todo el planeta, y su extracción y procesado son sencillos y baratos. Todos estos factores lo han convertido en un elemento básico para el desarrollo industrial del ser humano desde hace décadas. Sin embargo, cada vez es más necesario controlar los efectos negativos derivados de su combustión y de su almacenamiento.
Este último se realiza habitualmente al aire libre, pues es peligroso mantener el carbón guardado en áreas cerradas, debido a la alta probabilidad de que se produzcan combustiones espontáneas. Además, el carbono presente en esta sustancia se convierte, al contacto con el oxígeno –que es un oxidante-, en CO2. Por tanto, se están estudiando medidas para reducir considerablemente estas emisiones nocivas para la biodiversidad y para el ser humano. Una de las más innovadoras ha sido la construcción de parques de carbón donde este se almacena bajo inmensas cúpulas geodésicas.
Una cúpula geodésica es una estructura semiesférica compuesta por diversas caras triangulares, que a su vez forman pentágonos y hexágonos. Estos domos tienen como base diferentes cuerpos geométricos, y sus vértices deben coincidir con la superficie de una esfera o de un elipsoide. Los más famosos fueron obra del diseñador y arquitecto estadounidense Richard Buckminster Fuller (como el que presentó en 1967, en la Exposición Internacional de Montreal).
Las cúpulas geodésicas presentan numerosas ventajas respecto a otro tipo de construcciones:
Como parte del compromiso con el medioambiente y la eficiencia energética, varios compañeros del Grupo Enel diseñaron, tras estudiar minuciosamente las características de los domos geodésicos, un proyecto innovador para convertir una de las centrales térmicas de Enel, la Federico II (situada en la ciudad italiana de Bríndisi), en un parque de carbón que cumpliera con todos los estándares de sostenibilidad, que fuera seguro y que respetara el medio ambiente.
Durante tres años (desde julio de 2012 hasta julio de 2015), un gran equipo de personas formado por profesionales de diversos ámbitos, construyó dos inmensas cúpulas geodésicas (de 143 m de diámetro y 49 de altura) con capacidad para almacenar hasta 360.000 toneladas de carbón. Hechas de madera laminada en lugar de acero (gracias a la mejor resistencia mecánica de aquella, y por sus ventajas estructurales e ignífugas), son las cúpulas geodésicas más grandes de Europa.
El proyecto, que en palabras de Fausto Bassi, gerente de UB Bríndisi,
“Es la mejor solución medioambiental en lo que respecta a la manipulación del carbón para su almacenamiento,”
no solo incluía la construcción de las cúpulas, sino de todo un sistema tecnológicamente muy avanzado de transporte y almacenamiento del carbón. El combustible se descarga mediante unas grúas en el puerto de Bríndisi, que lo cargan en un transportador. Después de un recorrido de 13 km, el carbón llega a la planta, donde un apilador (un inmenso brazo mecánico) lo deposita en las carboneras. Todo ello supervisado desde un sofisticado puesto de control de logística. El impacto medioambiental de este parque ha sido tan positivo, que ya se está trabajando en un proyecto similar en Chile, en la central de Bocamina.