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Los hombres araña
Miguel eleva la mirada para ver cómo sus compañeros ejecutan su trabajo a más de 20 metros de altura, rozando el cielo. Está concentrado, analizando cada movimiento de esos “hombres araña” que escalan desde la base de hormigón de la torre eléctrica hasta la punta final, como si subieran con naturalidad las escaleras de un edificio de 7 pisos.
Junto a él, en tierra firme, Juande, Óscar, Antonio, Juanfe, José Antonio, Miguel Ángel… cada técnico realiza una función, todo está coordinado, como una coreografía invisible que permite el desarrollo de unos trabajos que implican meses de planificación. “Todo lo que ves aquí tiene un análisis previo fundamental para su éxito”, explica Miguel, “la seguridad es la primera premisa, porque los compañeros tienen que realizar maniobras de precisión a gran altura y eso requiere que todo esté preparado con anterioridad para que ‘solo’ tengan que subir y enganchar la grúa o desenganchar el cableado”.


Nos encontramos en Sevilla, en entorno urbano, rodeados de edificios, coches, rotondas, parques y centros deportivos. Por aquí discurrían, hasta no hace mucho, 21 torres eléctricas de alta tensión que han sido desmontadas por los técnicos del equipo de Miguel. Esta es la fase final de una obra faraónica, en la que primero se ha colocado el cableado de forma subterránea para poder eliminar el que pasaba por las torres.
“Cuando ya teníamos el nuevo cableado tendido, la subestación preparada para dar más potencia y todo operativo, empezamos con el desmontaje de los apoyos, de las torres”, comenta Miguel. Pero antes había que quitar el cableado. “No es tan fácil como a lo mejor puede parecer, el cableado está tensado, y si quitas una parte así sin más se cae en cadena todo”, sonríe mientras gesticula una especie de caída en cadena.




Por los 21 apoyos pasaban más de 5 kilómetros de cableado. Para mantener la tensión, los técnicos han tenido que utilizar contrapesos, grúas de gran tonelaje, cortar el tráfico, y trabajar con precisión milimétrica. Cada metro de cable se iba recogiendo para después revalorizarlo. “Hemos conseguido que todo lo que se ha desmantelado no genere residuo, algunas partes se han reciclado, otras se han reutilizado, generando economía circular y dando una segunda vida a muchos elementos”, explica Miguel.
Tras el cableado tocaba el turno de las torres. “Primero se debilitaron las bases que estaban ancladas al suelo, para después con una grúa irlas tendiendo al suelo”. Dicho con esa naturalidad parece hasta fácil, pero cuando te acercas a cada torre y ves las dimensiones de más de 20 metros de altura y cerca 10 toneladas de peso, eso que parecía una pluma desde lejos, se convierte en una mole que impresiona.
Pero lo difícil parece fácil, cuando el último “hombre araña” baja de la torre.