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La evolución en la tecnología fotovoltaica ha permitido apostar por materiales no tóxicos y gestionables de manera segura al terminar su vida útil. Analizamos los componentes de los paneles solares, su gestión ambiental y la normativa que regula su fabricación y reciclaje.
No, los paneles solares no son tóxicos y no representan riesgo, ni para la salud humana ni para el medioambiente. Vamos a explicar por qué.
La inquietud por la posible toxicidad de los módulos fotovoltaicos surge en un contexto de expansión de la energía solar a nivel mundial. Según el informe Global Market Outlook for Solar Power 2025-2029 de SolarPower Europe, en 2024 se instalaron 597 gigavatios de nueva capacidad solar en todo el mundo, un 33% más que en 2023.
Este crecimiento refleja el impulso global hacia las renovables, pero también ha puesto sobre la mesa preguntas sobre las células fotovoltaicas, como su posible toxicidad.
La evolución en la tecnología fotovoltaica ha permitido apostar por materiales no tóxicos y gestionables de manera segura al terminar su vida útil.
Los paneles solares generan menos residuos que las fuentes tradicionales de electricidad basadas en combustibles fósiles.
Como explica Teresa Barnes, investigadora del National Renewable Energy Laboratory (NREL) y directora del Consorcio de Materiales para Módulos Duraderos (DuraMAT) de Estados Unidos: “La mayoría de los elementos tóxicos ya no están presentes en los paneles solares modernos. De hecho, generan menos residuos que las fuentes tradicionales de electricidad basadas en combustibles fósiles. Cuando los paneles llegan al final de su vida útil, podemos gestionarlos sin complicaciones.”
La normativa actual marca las pautas para gestionar los materiales utilizados cuando llega el final de su vida útil.
Según los datos del NREL, el 97% del mercado fotovoltaico está compuesto por módulos de silicio cristalino, una tecnología basada en materiales no tóxicos, como el vidrio (77% del peso del módulo), el aluminio, el silicio y los polímeros.
Tan solo el 3% corresponde a módulos de telururo de cadmio (CdTe), en los que las cantidades de telurio y cadmio no superan el 0,1%.
La Directiva RAEE (2012/19/UE) regula el tratamiento de los módulos fotovoltaicos como residuos de aparatos eléctricos y electrónicos. Esta norma establece que los fabricantes, distribuidores o importadores son responsables de organizar y financiar su recogida, transporte, almacenamiento y reciclaje.
En el caso de los paneles solares, al alcanzar el final de su vida útil se envían a puntos autorizados donde se separan materiales como el vidrio, el aluminio, el silicio o las conexiones eléctricas para su reutilización o valorización.
La directiva también fija objetivos mínimos de recogida y tasas de valorización, lo que impulsa la economía circular.
Anticipándose a posibles cambios normativos y con un fuerte compromiso ambiental, hay fabricantes que están eliminando el plomo de sus diseños. El plomo presente en un módulo suele representar menos del 0,1% de su peso total. Al finalizar la vida útil del módulo, si se recicla correctamente, esta pequeña cantidad de plomo no supone un riesgo ambiental.
Cuando un panel solar llega al final de su vida útil, a los 25-30 años, no se convierte en un residuo perjudicial si se gestiona según marca la normativa.
Hasta el 95% de un panel puede reciclarse, lo que permite reducir la extracción de nuevos recursos.
Hasta el 95% de un panel solar puede reciclarse.
Además, fabricar un panel requiere energía, pero la recupera en menos de tres años de funcionamiento. Este indicador, conocido como Energy Payback Time (EPBT), varía según el tipo de panel y el lugar donde se instale, situándose entre 1 y 3 años. A partir de ahí, todo lo que produce es energía limpia.
El desarrollo de soluciones como la agrivoltaica demuestra que la transición energética puede ir de la mano de la protección del entorno natural.
La agrivoltaica combina la generación de energía solar con el uso del terreno para la actividad agrícola, permitiendo aprovechar los recursos disponibles sin sacrificar suelo productivo.
Las estructuras elevadas de los paneles permiten que la luz solar llegue a los cultivos, al tiempo que generan sombra que beneficia a especies y reduce la evaporación del agua.
Esta configuración favorece la integración de actividades como el pastoreo, contribuyendo al mantenimiento del terreno.
La agrivoltaica combina la generación de energía solar con el uso del terreno para la actividad agrícola.
Además, investigaciones recientes demuestran que las plantas solares pueden albergar hasta tres veces más aves que los campos de cultivo tradicionales. Este hallazgo sugiere que las instalaciones solares no solo son beneficiosas para la producción de energía limpia, sino que también pueden desempeñar un papel importante en la conservación de la biodiversidad.
Otro valor añadido de esta fórmula es su impacto positivo en el entorno social. La gestión compartida del espacio con actores locales permite reforzar lazos con las comunidades rurales, dinamizar la economía del entorno y conservar prácticas agrícolas tradicionales en convivencia con la innovación energética.
Los paneles solares no son tóxicos durante su uso ni representan una amenaza si se gestionan bien tras su vida útil.
Gracias a una combinación de materiales seguros, normativas estrictas y avances en reciclaje, la energía solar se posiciona como una de las fuentes más limpias y sostenibles.