En esta época del año, tan plagada de festivales de música a lo largo y ancho del territorio nacional y, en un momento en el que cada vez es más habitual escuchar por parte de promotores y organizadores que su festival es un festival sostenible, es importante que paremos y reflexionemos sobre algunas cuestiones: ¿qué es realmente un festival sostenible? En el caso de serlo, ¿qué características debería reunir? Considerando estas premisas, a día de hoy, ¿realmente podemos hablar de festivales sostenibles? Y, sobre todo y más importante, ¿hacia dónde debemos encaminarnos para que la industria de la música en vivo se dirija de forma firme y segura hacia un futuro más sostenible?
Pues bien, planteadas estas cuestiones, entramos en materia. Evento sostenible y, por ende, festival sostenible es aquel que, basándonos en la definición del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), “ha sido diseñado, organizado y desarrollado de manera que se minimicen los potenciales impactos negativos ambientales, y que se deje un legado beneficioso para la comunidad anfitriona y todas las personas involucradas”. Dicho así, podría parecer algo muy sencillo de conseguir en el momento en el que se pusieran en marcha dos o tres medidas encaminadas a prevenir o reducir los impactos en el medio ambiente, con mayor o menor calado.
Sin embargo, como profesional del sector y con algo de experiencia desde hace ya unos cuantos lustros, discrepo de pleno con esta interpretación. Para poder hablar de sostenibilidad en los festivales o cualquier otra tipología de evento, se debería realizar una valoración mucho más global y transversal. Para ello, deberíamos:
- Ampliar el alcance de nuestras metas y objetivos,
- Tratar de abordar de forma mucho más ambiciosa el equilibrio entre las tres dimensiones de la sostenibilidad: la ambiental, social y económica
- Integrar, por tanto, en las estrategias y planes de acción de los festivales, todos o casi todos los aspectos que de manera directa o indirecta afectan a estas tres dimensiones.
Por ello, considero que es necesario un enfoque que considere la sostenibilidad como un camino y no como un mero acto de voluntad. No todos los festivales pueden ser considerados sostenibles. Solo aquellos que verdaderamente realizan un esfuerzo en integrar un sistema de gestión de la sostenibilidad en su planificación y operativa, con suficiente equipo humano, formado, capacitado y profesional que vele por implementar las medidas más oportunas, eficientes y efectivas según cada caso y tipología de festival. Desde la conexión a la red eléctrica; el fomento del transporte público y compartido; la implantación de sistemas de vaso reutilizable, retornable y lavable para alargar la vida útil de estos en ediciones venideras; el consumo de bebidas a partir de barril y envases retornables; la reducción de la oferta cárnica y el fast food de los puestos de comida; la integración de medidas que aseguren la accesibilidad universal, la igualdad y diversidad de género, etc. por poner tan solo algunos ejemplos.
Cierto es que, a diferencia de hace tan solo 3 o 4 años, hoy en día ya son unos cuantos los festivales que, además de presentarnos su cabeza de cartel o propuesta artística, nos presentan sus medidas sociales y/o ambientales. Un verdadero avance, esto es indiscutible, porque al menos ya va calando entre todos ellos la importancia de considerar estas cuestiones. Ya son conscientes de que deben demostrar que algo hay que devolver de lo que toman, ya sea en forma de salud para el planeta o en retorno positivo a la comunidad anfitriona o en integración social, por poner algunos ejemplos. Y esto, repito, es indiscutiblemente positivo, en especial, si lo comparamos con hace tan solo unos años en los que casi nadie o muy, muy pocos, se planteaban integrar estas acciones o medidas en su festival. Entonces, solo se veía el dinero que todo ello costaba, sin valorar nada más.
Por tanto, considero que nos encontramos en un momento crucial en el que convergen distintas sendas y que, en función de hacia cuál nos dirijamos, podremos hablar con mayor sentido si el sector realmente avanza en el buen camino o si, por el contrario, se encamina en sentido opuesto o incorrecto. Para no errar en la dirección que tomemos, creo que es primordial repensar en cierta manera el modelo de festival que queremos, ya no solo promotores, sino también asistentes e instituciones públicas que, tan a menudo, aportan dinero público para sostener lo insostenible. Asimismo, considero imprescindible que se cuente con profesionales, formados y capacitados, ya no solo en aplicar las mejores medidas en cada caso, dependiendo de las características e idiosincrasia de cada evento, sino también capacitados para poder reconocer los errores y debilidades de manera que pueda asegurarse la mejora continua en los planes de gestión de la sostenibilidad de los festivales.
Y, por supuesto, opino que es preciso también que la Administración Pública, así como los patrocinadores, artistas y asistentes, empiecen a exigir y, por qué no, también a corroborar los buenos propósitos que todos comunican y dicen hacer, bien a través del aporte de informes y memorias de sostenibilidad elaborados a partir de evidencias y justificaciones y que, al mismo tiempo, estén avaladas por profesionales o auditores externos para que el calado de las estrategias y planes de acción permitan en un futuro más próximo que lejano, poder hablar con rigor y propiedad de festivales más sostenibles.
Ojalá todo lo avanzado en el buen camino sea la verdadera base para construir y avanzar en positivo, aprendiendo incluso de los errores, por qué no, para crear un verdadero tejido musical y cultural diverso, con valores, responsable, solidario, integrador y, por tanto, más sostenible desde el punto de vista social, económico y medioambiental.