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¿Qué es la obsolescencia programada?, beneficios y riesgos
Los dispositivos electrónicos cada vez duran menos y son más recurrentes casos como los siguientes: se te dañó la batería del móvil o del ordenador portátil y ya no consigues un modelo igual para cambiarla, o es más costosa que un equipo nuevo. Necesitas sustituir una pieza defectuosa de un electrodoméstico, o simplemente repararlo, pero desarmarlo para dar con la pieza es casi imposible porque fue diseñado para no ser desmontado, o el repuesto ya no existe a la venta.
Estos escenarios pueden ser fácilmente una muestra de la obsolescencia programada, para algunos es una estrategia de producción de las grandes marcas, y para otros una acción intencionada. Se basa en la fabricación de dispositivos electrónicos con determinados estándares de calidad que limitan su vida útil, ya sea implementando materiales menos resistentes, piezas e instalaciones con una durabilidad predeterminada, o mediante barreras tecnológicas y de software, que motivan a su reemplazo constante. Conozcamos más sobre esta práctica, sus efectos en la sociedad, en el planeta, y las alternativas para controlarla.
¿En qué consiste la obsolescencia programada? Marcas vs. consumidor
El objetivo la obsolescencia programada es que los equipos eléctricos de nuestro día a día, como teléfonos móviles, ordenadores, neveras, lavadoras, microondas, entre otros electrodomésticos, dejen de funcionar en un período de tiempo determinado sin que hayan sido intervenidos o afectados por algo externo, para fomentar la compra de otro equipo (con las mismas o mejores prestaciones) que lo sustituya.
¿Esto nos beneficia o nos perjudica? La percepción desde el punto de vista del consumidor es que esta “acción intencionada” por parte de las marcas solo beneficia a las marcas, y, a su vez, atenta contra el bolsillo del usuario por el gasto constante, y contra el medioambiente por la contaminación que puede generar la cantidad de equipos que se desechan con más frecuencia.
Tipos de obsolescencia programada
Los fabricantes utilizan diferentes tipos de obsolescencias para programar el final productivo de sus equipos:
Obsolescencia técnica: cuando un producto deja de funcionar debido al desgaste de sus piezas clave. Cada vez es más común la salida al mercado de productos más económicos elaborados con materiales reciclados o sostenibles, pero que su durabilidad es más corta.
Obsolescencia por software: cuando las actualizaciones del sistema operativo dejan de ser compatibles con un dispositivo y obligan a comprar un modelo más nuevo que sea compatible con esa actualización.
Obsolescencia percibida: cuando un producto sigue siendo funcional, pero la percepción de moda o tecnología lo hace parecer anticuado. En este caso, la población más joven o coleccionistas de alguna marca tecnológica suelen ser los mayores receptores de este tipo de obsolescencia.
Origen de la obsolescencia programada
Uno de los casos más emblemáticos, y al que se le atribuye el “debut” de la obsolescencia programada en la historia de la energía eléctrica, es el del cartel Phoebus, un acuerdo entre nueve fabricantes de bombillas, entre los que destacaban marcas como Osram, Philips y General Electric, firmado el 23 de diciembre de 1924, vigente hasta 1939.
Los representantes de las principales empresas que brindaban luz a Europa establecieron en un documento que las compañías de bombillas o focos de luz estandarizarían la duración de sus productos. Estas deberían durar 1.000 horas y no 1.500 o 2.000, como las habituales en aquel entonces, con el fin de aumentar las ventas.
Existen otras versiones que ubican al auge real de la obsolescencia programada luego de la Segunda Guerra Mundial. Esa idea de fomentar el consumo de artículos como motor económico se afianzó en el siglo XX, de la mano con el crecimiento del mercado de bienes de consumo y los avances de la tecnología.
Productos más afectados por la obsolescencia programada
Los productos más afectados por la obsolescencia programada comúnmente son:
Teléfonos móviles y tabletas: se les aplica la obsolescencia programada a través de actualizaciones que los vuelven más lentos o a las que no tienen acceso por su modelo o año de fabricación, o por baterías no reemplazables.
Electrodomésticos: lavadoras, neveras y microondas que poseen piezas o componentes diseñados para fallar tras un tiempo determinado, y los cuales no tienen repuestos disponibles en el mercado.
Herramientas eléctricas: taladros y sierras con piezas que no pueden repararse o reemplazarse fácilmente.
Gadgets de entretenimiento: videoconsolas, auriculares y televisores con cambios en la tecnología que los vuelven obsoletos, o con el mismo sistema de actualización de software constante, como ocurre con los teléfonos móviles.
Ventajas y desventajas de la obsolescencia programada
Para muchos, los beneficios de esta acción siempre serán para las fábricas y marcas, pero otros ven un poco más allá de los ingresos y el negocio:
Motiva a la innovación: la renovación constante y con cada vez más frecuencia de gadgets y equipos promueve e incentiva el desarrollo de nuevas tecnologías y mejoras en diseño.
Más puestos de empleo: con el aumento de la demanda de productos se crea un ciclo económico que estimula y obliga a la creación de puestos de trabajo en sectores como manufactura, ventas y logística para fabricar, promover y distribuir estos equipos.
Competencia de precios: al producirse dispositivos de forma masiva y con materiales más baratos, reutilizados o desechables, los productos pueden ser más accesibles, con precios más bajos, lo que permitirá que un mayor número de personas pueda adquirirlos.
Pero quizás los riesgos y desventajas que derivan de esta práctica pongan la balanza en su contra a los ojos de la sociedad:
- Impacto medioambiental: la sustitución frecuente de electrodomésticos y gadgets genera toneladas de residuos electrónicos que atentan contra el medio ambiente.
Recursos desperdiciados: la fabricación de productos con una vida útil cada vez más corta se traduce en el consumo de materiales, recursos y energía de manera ineficiente.
Coste para el consumidor: verse obligados a comprar nuevos dispositivos con más frecuencia impacta la economía personal de los usuarios.
Consumismo promocionado: la obsolescencia programada fomenta una cultura de consumo “frenético”, haciendo a un lado las prácticas de reparación y reutilización.
¿Cómo combatir la obsolescencia programada?
Fomentar el derecho a reparar con acceso a piezas de repuesto y manuales de reparación, promover el consumo responsable optando por productos con garantías extendidas y marcas comprometidas con la durabilidad, e invitar a la reutilización y reciclaje donando o vendiendo dispositivos en lugar de desecharlos, son quizás las alternativas más orgánicas para hacerle frente o minimizar el auge de la obsolescencia programada.
La economía circular es una buena opción cuando los productos lleguen al final de su vida útil: reciclar los equipos o algunas de sus piezas para aprovecharlas en la fabricación de nuevos, para así cerrar el ciclo y minimizar el impacto ambiental de este sistema de producción.
También existen actualmente iniciativas empresariales como apostar por diseños modulares y productos más sostenibles para la fabricación de dispositivos.
La obsolescencia programada está bajo la lupa legal desde hace ya varios años. Algunos países han comenzado a implementar leyes que exigen a los fabricantes diseñar productos más duraderos y con piezas reemplazables. En el Parlamento Europeo se ha aprobado la Directiva sobre “Derecho a reparar”, cuya misión es establecer que los productos se puedan reparar sin percances ni impedimentos, después de que su garantía haya finalizado, según lo ha indicado la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU).
Actualmente, en España no hay alguna legislación que regule la obsolescencia programada, solo existe el Real Decreto 110/2015 sobre aparatos eléctricos y electrónicos, en el que se exige a los fabricantes que los equipos sean creados de forma que su vida útil sea prolongada, pero no penaliza la aplicación o práctica de la obsolescencia programada.
También ayuda el Real Decreto 58/1988, relacionado a la reparación de electrodomésticos, en el que se contempla que todos los servicios técnicos están obligados a aportar repuestos de piezas durante al menos siete años después de la compra del dispositivo.
En definitiva, la obsolescencia programada es un fenómeno con implicaciones tanto positivas como negativas. Si bien ha impulsado el crecimiento económico y la innovación tecnológica, también ha se ha sumado a la lista de problemas medioambientales para el planeta y de efecto económico riesgoso para los consumidores.
Para encontrar un equilibrio quizás serán necesarias regulaciones más estrictas, fomentar la posibilidad de que los equipos puedan ser reparados a un costo razonable, cuyas piezas sean fáciles de conseguir y adquirir, y educar a los consumidores sobre la importancia de un consumo más sostenible. De esta manera el futuro de la tecnología podrá convivir en sinergia con la sostenibilidad y la eficiencia.
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