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La fuerza del viento
El nuevo génesis
Desde la facultad todo apuntaba a que terminaría trabajando en las renovables. Era el boom del primer gran desarrollo del sector y para un ingeniero como yo parecía nuestra gran salida laboral. Por los pasillos solo se escuchaba hablar de los nuevos proyectos que se estaban desarrollando. Sentíamos que, nunca mejor dicho, había llegado viento fresco a nuestra profesión. Y rápidamente me embarqué. Primero, construyendo líneas eléctricas para varios clientes. Era la forma de entrar en el mundillo, conocer empresas y nuevas oportunidades. Y así me surgió la posibilidad de ir a construir una planta fotovoltaica a Alcañiz. Fue mi primera gran experiencia y una vez que me subí a la rueda ya no paré hasta hoy, que, después de casi dos décadas, soy responsable regional de Operación y Mantenimiento de Eólica en Enel Green Power.
He vivido en primera persona cómo se ha catalizado la evolución del sector en este tiempo en el que han pasado de ser tecnologías secundarias a jugar un papel determinante en la transición hacia una economía descarbonizada. La producción de energía eólica ha avanzado tanto que, con respecto al primer aerogenerador eléctrico de Charles Francis Brush (1888), los de hoy son 10 veces más grandes, pero 500 veces más eficientes.
Este progreso acelerado arranca en un polígono industrial, a cientos de kilómetros del monte en el que se han instalado de forma milimétrica. En una pantalla de ordenador se achicharran los píxeles optimizando diseños, exprimiendo la geometría hasta que produce el mínimo incremento de rendimiento. Ese beneficio virtual se traslada de inmediato al mundo real. Moldes, fibra y resina se encargan de que cobre vida. Luego, la receta del éxito se guarda con celo. Los fabricantes son equipos de Fórmula Uno. En cada décima de segundo hay planes de negocio de cientos de millones.
El principio físico que guía la fabricación de las palas es, en esencia, el mismo que el que se utiliza en las alas de los aviones. Las palas necesitan maximizar la resistencia al aire para transformar la energía cinética del viento en electricidad, las alas necesitan maximizar esa resistencia para sustentar el avión con facilidad.
Parece un desafío complejo. Se trata de apoderarse de un elemento que solo percibimos por el regimiento de terminaciones nerviosas que inundan nuestra piel. Nos puede parecer un reto relativamente moderno, pero el ser humano lleva desde la antigüedad intentado dominar el viento, tratando de adueñarse de su empuje. En el Nilo se colocaron las primeras velas en las embarcaciones que comerciaban sobre sus aguas. Y en el siglo VII proliferaron en Asia los molinos para moler cereal.
“Las palas necesitan maximizar la resistencia al aire para transformar la energía cinética del viento en electricidad”.
Sin embargo, la explotación de este recurso natural como la entendemos hoy nace en la década de 1960 en Dinamarca. Ya en aquel entonces se comprobó que los rotores más eficientes eran los tripala frente a los de cuatro que eran más habituales al comienzo. Las últimas máquinas que hemos instalado tienen una potencia de 2 MW cada una. Ahora, sobre todo con la eclosión de eólica off-shore, hay modelos más potentes en el mercado, pero aquí, como en la Fórmula Uno, también perseguimos la fiabilidad en la inversión. Buscamos modelos suficientemente probados y que vayan a estar disponibles el mayor tiempo posible durante la vida útil del parque.
El futuro apunta a rotores cada vez más grandes y a materiales reciclados para su fabricación. Minimizar hasta el ridículo la huella de carbono. Sostenibles desde el principio, desde el primer minuto. Ese parece que será nuestro próximo destino.
“El futuro apunta a rotores cada vez más grandes y a materiales reciclados para su fabricación. Minimizar hasta el ridículo la huella de carbono. Sostenibles desde el principio, desde el primer minuto”.
José Mouriño Díaz
Wind O&M Regional Responsible en Enel Green Power.
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