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Memoria de un legado. Pilar seguro de un presente
El sol brilla en lo alto del cielo, iluminando mi gran hogar llamado Andorra, en la provincia de Teruel. Es un día cálido y luminoso, el tipo de día en el que el aire parece lleno de vida y el sol parece un amigo antiguo. Pero, para esta anciana, este día tiene un significado especial. Es un día de despedida.
Ya soy mayor, con arrugas profundas que recorren un cuerpo dedicado al servicio del carbón. He disfrutado de toda una vida en esta pequeña pero gran Andorra y he visto cómo su gente y sus calles han cambiado a lo largo de los años.



Durante décadas, el carbón y la central térmica han sido la principal fuente de vida para los habitantes de estas tierras. Pero ahora, con la llegada de nuevos proyectos de energías renovables, el pueblo ya camina hacia nuevos retos en los que yo espero ser recordada con la nostalgia y el cariño con el que se recuerda a una vieja amiga.
Hoy mi mirada se pierde lentamente por las calles, deteniéndose para saludar a amigos y recordar viejas historias. Cada rincón me trae recuerdos, cada puerta y ventana me hacen sentir nostalgia. Siento pena por no poder ser parte de un presente y un futuro esperanzador que traerá una nueva vida a la región. El tiempo no perdona y como todo en la vida, uno tiene su tiempo, y el mío ya acabó. Pero, a pesar de la tristeza que siento, una gran esperanza nace en mi corazón.
De mí quedará un legado de trabajo, compromiso y esfuerzo que veo encarnado en los nuevos proyectos que ya caminan en estas tierras. Donde en su tiempo reinaban grandes colinas de negro carbón hoy ya viven llanuras repletas de energía renovable que brindan nuevos retos a los hijos de esta tierra llamada Andorra.
Hoy miro una última vez a mi compañera de vida, mi central térmica. Aquí, en el centro de la estructura de acero y ladrillos, levanto la vista hacia el cielo. Puedo ver a lo lejos la extensión de la llanura aragonesa y la brisa suave que sopla me embriaga con un aroma dulce y añejo.






El sol brilla intensamente sobre la llanura interminable y los vientos susurran historias antiguas entre los pastos secos. El tiempo parece detenerse y mi espíritu encuentra la paz y la inspiración de saber que el futuro ya camina por esas llanuras interminables de mi querida Andorra.
Sin lágrimas en los ojos, me despido orgullosa de mi tierra, con la certeza de que mi legado es parte de un presente y un pilar seguro sobre el que se escribe un futuro lleno de oportunidades y retos.
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