Durante décadas, los festivales han sido el epicentro del verano: luces, escenarios, artistas y miles de personas vibrando al mismo compás. Pero esa magia tiene un precio ambiental. Solo en un festival, cada asistente puede generar hasta 25 kilos de dióxido de carbono.

Ante esta realidad, surge una nueva generación de festivales comprometidos con el entorno. El Cruïlla de Barcelona es uno de los pioneros: en 2023 se convirtió en el primer festival nacional 100% renovable, demostrando que la música puede triunfar sin contaminar.

Energía que suena bien

En este episodio, Pilar y Eli nos llevan tras el escenario para descubrir cómo la energía renovable se mezcla con los acordes eléctricos.

Marc Tapias, jefe de comunicación del festival Cruilla, nos cuenta desde plató cómo les preocupó desde el primer momento que los festivales se alimentasen de energía a través de generadores, quemando gasoil.

Después de años buscando la solución, al fin dieron con la clave: utilizar energía 100% renovable y vasos reutilizables para reducir hasta en un 90% el uso de plásticos.

Además, para evitar la contaminación acústica, ubican el festival de forma estratégica para que el sonido no afecte a los vecinos de la localidad.

A ello le suman que hacen una programación que escale la salida del público y ofrecen sistemas de movilidad que permitan a la gente abandonar el festival sin aglomeraciones. De esta forma, también evitan que el ruido generado por los asistentes les llegue a los vecinos.

Los festivales pueden ser motores de cambio: reducir residuos, usar energía renovable, fomentar el transporte público y promover la educación ambiental son pasos clave hacia una industria más responsable.

Música, ciencia y compromiso

En los últimos años, los festivales del Pirineo han apostado por integrar la energía limpia y la cultura en un mismo escenario: la naturaleza. En algunos casos, como el Festival Dansàneu, la música y la danza se funden con el agua, la tecnología y el patrimonio industrial, al celebrarse en una central hidroeléctrica que sigue en funcionamiento.

Ruth Martínez, directora del Dansàneu, lo explica con claridad: la relación entre generación hidroeléctrica y cultura es mucho más que una coincidencia. Desde hace tres años, la central de Esterri d’Àneu se transforma en un escenario donde el patrimonio industrial cobra vida a través de la danza y la música.

Para ella, sostenibilidad significa mirar al territorio con respeto: programar festivales no masificados, con aforos controlados, pensados primero para el público local y, desde ahí, abrir el foco hacia el resto del mundo.

No se trata solo de “hacer menos daño”, sino de crear un modelo cultural que impulse la vida rural y preserve su identidad.

Green Rider: la sostenibilidad también se sube al escenario

El compromiso con el planeta no se queda entre bambalinas. Cada vez más artistas adoptan el llamado Green Rider, una guía de buenas prácticas que redefine la forma en que se organizan las giras.

Esta iniciativa propone que los músicos y sus equipos reduzcan su huella ecológica durante los desplazamientos y actuaciones. Desde limitar los viajes internos y optar por transportes más sostenibles, hasta utilizar envases reutilizables o llevar sus propias cantimploras.

Lo que antes se veía como una limitación logística, hoy es parte del nuevo estándar de la industria. Muchos artistas incluso piden aumentar el nivel de exigencia medioambiental, conscientes de que el público valora tanto el talento como el compromiso.

La música tiene el poder de emocionar, inspirar y transformar, y hoy también demuestra que puede hacerlo de forma sostenible. Festivales como Cruïlla o Dansàneu son la prueba de que la innovación, la cultura y el respeto al entorno pueden compartir escenario.