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Cuando una mina se compromete con la Tierra
La mina de Riotinto es uno de los sitios más parecidos a Marte que nos podamos encontrar en la Tierra y será la mayor instalación de autoconsumo para la actividad minera en Europa.
Hace 5.000 años, incluso antes de que los romanos desarrollaran aquí la gran mina del Imperio, nuestros antepasados empezaron a aprovechar la riqueza metálica de la Cuenca Minera de Río Tinto. Por eso, nuestro paisaje es único, casi lunar, con serpenteantes carreteras que abren en enormes hendiduras en la tierra y ríos de agua roja que emergen de las entrañas preñadas de mineral. Un paraje onubense en el que generaciones enteras de familias han vivido de la producción de metales desde que la memoria recuerda.


Aquí me crie yo, en la aldea de La Dehesa, en Minas de Riotinto, a no más de 500 metros de la corta minera. Este es el paisaje que he visto desde que nací. Soy hijo, nieto, bisnieto y probablemente alguna generación más de mineros. En esta zona somos duros, como el terreno. Hemos protagonizado la evolución de esta industria, desde cuando se hacía casi artesanal, a la actualidad, donde disponemos de la última tecnología, incluso robots e inteligencia artificial.
Pero del mismo modo que trabajamos esta tierra, todos los de aquí sabemos que las minas tuvieron un principio y tendrán un final, aunque hoy casi ni se vislumbre. Por eso mis padres me mandaron a estudiar fuera con 14 años. Pero al final la tierra tira; aunque he estado por diferentes lugares, siempre vinculado a la minería, hace unos años tuve la oportunidad de volver y aquí estoy. Con el desafío de seguir transformando un sector que, por puro desconocimiento, en determinados círculos tiene mala imagen. Los que tenemos la suerte de vivir en zonas mineras conocemos la realidad: el respeto por el entorno y la importancia que damos a cada gramo de tierra que sacamos de las minas, a cielo abierto o de interior, de cobre o de cualquier otro mineral.
La tecnología y la forma de hacer las cosas han cambiado. Estamos acompasados a los tiempos, es más, seguramente adelantados; porque cuando estás explotando una mina, como ingeniero estás ya diseñando como quedara cuando termine su función. Es aquí donde entra ese concepto que por suerte ya nos suena a todos: la sostenibilidad.
Cuando desembarqué en Atalaya Mining ese fue mi objetivo principal. Apostar por una empresa minera sostenible. Al principio, los que vienen de generaciones y generaciones de mineros me miraban con suspicacia ante estas propuestas. Hoy en día es ya un conceto interiorizado, está en nuestro ADN y lo aplicamos en el día a día. Ahora, hemos dado un paso más apostando por el autoconsumo, con la instalación de una planta fotovoltaica de cerca de 50 MW.


La instalación será en lo alto de una de las escombreras de la mina, es decir, donde se deposita el mineral que no se puede procesar porque no contiene cobre. Cuando subes a esta zona ves pasado, presente y futuro: aquí se van a instalar paneles solares que nos van a dar energía limpia al mismo tiempo que contribuimos a reducir emisiones. Y lo hacemos también por nosotros mismos, y aquí hablo como persona de la zona. Mi madre vivía ahí al lado, tiene 97 años y cuando le cuento estas cosas asiente maravillada con los cambios que estamos viviendo en estos tiempos.
Y espero que, de algún modo, este sea mi legado: el compromiso con la tierra. Me gusta pensar que dejo un legado que perdurará porque nos beneficia a todos. No solo en lo material, porque creo firmemente que esta mentalidad ha calado en la gente con las que he tenido el gusto de trabajar. Las personas son al fin y al cabo el recurso más importante que puede tener cualquier empresa. Es verdad que luego dejas otros legados más tangibles, como una Fundación de Responsabilidad Social apegada al territorio; pero son esas personas, con su compromiso, las que hacen posible que una actividad como la nuestra, que se realiza desde el antiguo Imperio Romano siga existiendo y sea cada vez mejor.
Enrique Delgado
Director general de Atalaya Mining
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