Comienzo haciendo una reflexión global sobre el proceso de descarbonización en el que nos encontramos inmersos. Tras ver los precios del mercado de electricidad durante esta primavera de 2024, con sobrada abundancia de precios de la electricidad cero o negativos, creo que todos somos conscientes de que el proceso de descarbonización es algo más que la mera incorporación de generación renovable en el sector eléctrico. El mercado durante esta primavera nos ha recordado que no se puede producir más electricidad renovable que la que consumimos. 2023 cerró con más de la mitad de la producción renovable, y más de las tres cuartas partes no emisora. Poco queda por descarbonizar en electricidad.
El reto: descarbonizar transporte e industria
El reto ahora se encuentra en descarbonizar otros usos finales de energías fósiles. Recordemos que tan sólo el 25% del consumo final de energía es electricidad. El 66% corresponde a combustibles fósiles, donde destaca el 50% del petróleo, destinado fundamentalmente al transporte; mientras que el gas natural supone el 16%, destinado fundamentalmente a la industria y en menor medida a los sectores residencial y servicios.
Ese es el reto, descarbonizar petróleo y gas natural. Gran parte de este proceso se hará con electrificación directa, otra parte tendrá que ser realizada con electrificación indirecta, como es el uso del hidrógeno e incluso, en algunos casos, combustibles sintéticos, aprovechando siempre las bioenergías disponibles en el país.
La eficiencia en la descarbonización
Pero es aquí donde debemos primar la eficiencia de los procesos. Un vehículo se puede descarbonizar con baterías, con hidrógeno o utilizando carburantes renovables. Una cuenta rápida nos lleva a la conclusión de que para alimentar 20 millones de vehículos eléctricos necesitamos una producción equivalente a 30 GW de fotovoltaica, con una utilización del terreno correspondiente al 7% de la superficie de la Comunidad de Madrid. Si en vez de vehículos eléctricos usamos vehículos de hidrógeno, mucho más cómodos, pero menos eficientes, necesitamos unos 85 GW de fotovoltaica, ocupando una superficie equivalente al 20% de superficie de la Comunidad de Madrid. Y si los alimentamos con combustibles sintéticos elaborados a partir del hidrógeno, no es preciso renovar la flota, pero necesitamos 190 GW de fotovoltaica y ocupar una superficie equivalente al 50% de la Comunidad de Madrid.
A similares resultados llegamos si analizamos el sector residencial y servicios. Usar bombas de calor requiere 9 GW de fotovoltaica. Hacerlo con hidrógeno o metano sintético requiere cinco veces más. Por su parte, la industria es más difícil de descarbonizar, pero una parte importante de su consumo sí que puede ser electrificada de una forma eficiente.
Las bioenergías disponibles en el país son claramente insuficientes para poder sustituir el consumo final de energía fósil. Podría aumentarse su producción mediante cultivos energéticos, pero como bien sabemos eso crea presión sobre el suelo disponible para la producción de alimentos, y por ende su subida de precio; y en terceros países provoca una fuerte deforestación con efectos peores que los que se quiere solventar. Por su parte, la importación de residuos de origen biológico, que bien podrían considerarse sostenibles, detrae esos recursos de los países de origen forzándoles a consumir más energías fósiles. De esta manera, se importan bioenergías, pero en la práctica se “exportan emisiones”, y recordemos que el calentamiento es un problema global.
La solución más eficiente: electrificación
La conclusión a la que llegamos es que es primordial tener en consideración la eficiencia de las distintas alternativas de descarbonización. La solución más eficiente siempre pasa por la electrificación allí donde sea viable: transporte por carretera, residencial y servicios, así como parte de la industria. El hidrógeno y sus derivados (metano, amoníaco, etc.), así como los limitados recursos de bioenergías disponibles en el país deben ser la opción elegida en los procesos de más difícil electrificación: procesos industriales no electrificables, transporte marítimo o ferroviario no electrificable, resto de industria, etc. Y debemos reservar los carburantes sintéticos a descarbonizar los sectores de más difícil descarbonización, como la aviación, por ejemplo.
La clave: la electrificación de la demanda
La clave, pues, es la electrificación de la demanda. Sin embargo, ahí no vamos bien. Las ventas de vehículos eléctricos no acaban de despegar e incluso disminuyen en España, probablemente reflejo de las dudas de los conductores ante nuevas tecnologías, las noticias de las dificultades para la recarga en las operaciones de salida, y la quimera de anuncios sobre la disponibilidad “ilimitada” de combustibles renovables que prometen descarbonizar el transporte sin necesidad de cambiar el vehículo.
El despliegue de la bomba de calor tampoco es mucho mejor. La subvención durante la pasada crisis energética de la tarifa regulada del gas mientras se centraba el foco mediático en los precios de la electricidad no ha ayudado precisamente.
Por su parte, hay múltiples intentos de la industria por descarbonizar sus procesos, pero frecuentemente chocan con la barrera de la disponibilidad de red eléctrica para cubrir este crecimiento. La rigidez y lentitud del desarrollo de la red de electricidad muchas veces conduce a la deslocalización hacia otros países, en ocasiones menos restrictivos medioambientalmente.
Incluso la oportunidad de crecimiento se ve frecuentemente cercenada por esta escasez de red, tal como estamos viendo últimamente con las barreras para el desarrollo de los centros de datos y otras industrias que ven serias dificultades de implementación en España.
Si no damos un golpe de timón, el proceso de descarbonización en España se estancará. Si no aceleramos en el proceso de electrificación de la sociedad, no reduciremos al ritmo deseado las emisiones y no podremos seguir instalando renovables. El sector renovable se parará, probablemente durante años, en una nueva moratoria que podría destruir gran parte del tejido industrial que tantos años ha costado construir. Y sin más renovables, no podremos seguir avanzando en la descarbonización.
España tiene una oportunidad única para convertirse en una potencia energética e industrial (siempre claro está que juguemos bien nuestras cartas) porque nadie en Europa tiene nuestras condiciones: mucho viento, muchísimo sol y lo más escaso en Europa: mucho suelo. Es una oportunidad que no debemos (ni podemos) perder, nos va a todos mucho en ello.