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As Pontes
Y de pronto, el silencio
Fue un sábado de julio de 1986. Yo estaba en pleno examen de unas oposiciones para la enseñanza, en Vigo, cuando me llamaron desde Endesa, que entonces era la Empresa Nacional de Electricidad. Buscaban a los primeros de la promoción de Ingeniería para hacernos un contrato de prácticas.
Dejé el diseño de la válvula con el que me estaba peleando y salí del aula para hablar por teléfono bajo la vigilancia constante de un funcionario. Me dijeron que tenía que tomar la decisión allí mismo para empezar ese lunes en As Pontes. ¿As Pontes? Ni siquiera sabía lo que era. Y todo lo que sabía sobre centrales térmicas eran siete hojitas de unos apuntes. Pero decidí lanzarme a aquella aventura.
El viaje desde Ourense, mi casa, me llevó todo el domingo. Un autobús hasta Lugo, otro hasta Vilalba, y, por fin, después del último trasbordo, As Pontes, a lo lejos, ya empezaba a destacar en el horizonte la impresionante chimenea, con su penacho siempre humeante. Así llegaba, con 23 años y todas mis ganas, al entonces aislado, y más bien feo, pueblo industrial de As Pontes, con su espectacular complejo minero-eléctrico.


No es que la situación geográfica fuera mala, está a apenas 30 kilómetros de la costa, pero las comunicaciones eran bastante complicadas. Tardabas unas dos horas en recorrer los 60 kilómetros que separan As Pontes de A Coruña o de Lugo.
Era un pueblo de aluvión que, de repente, pasó de tener muy pocos habitantes a 15.000; gente joven, procedente de muchos lugares del país, todos prácticamente trabajadores de Endesa y de las compañías contratistas, que explotaban la minería y la central térmica.
La sala de control
Así pues, el lunes me presenté en la central y me llevaron directamente a la sala de control, donde trabajaría como operador de cuadro en prácticas. Me quedé paralizado al ver aquel cuadro de mando de 18 metros de largo, todo lleno de luces verdes, naranjas, rojas, botones, amperímetros, cuadros indicadores, registradores, equipos de medida, controlado por una sola persona. No tuve claro que algún día consiguiera dominarlo.


Pero aprendí rápido. En cuatro meses de una intensa formación y un gran compañerismo ya podía operarlo. Me encontré con un ambiente muy bueno de trabajo, de una estrechísima relación. No había diferencias entre jefes y operarios. Los primeros trataban de ayudar a los otros para sacar las cosas adelante y superar las dificultades. Y eran muchas, porque la tecnología, de ingeniería extranjera, era de muy alto nivel. Y lo sigue siendo.
De hecho, a la hora de hacer las revisiones y manutención de las máquinas, As Pontes parecía la ONU. Llegaban alrededor de mil trabajadores de apoyo extranjeros y nacionales que se quedaban durante un par de meses.
Eso porque las calderas de combustión de carbón pulverizado son americanas, de Foster Wheeler; los sistemas de preparación de combustible son alemanes, de EVT; las turbinas de vapor, las turbo bombas y las bombas de condensados son japonesas, Mitsubishi; los alternadores son americanos, de Westinghouse; las bombas de circulación también son americanas, de General Electric; los ventiladores y máquinas del parque carbones son alemanas, de KKK y Krupp… Muchas veces la tecnología se fabrica aquí, pero la ingeniería era y es en su mayor parte importada.
Operar y mantener este tipo de instalación, por lo tanto, es difícil. Sacar adelante la mayor central de producción energética de carbón del país requiere de mucho conocimiento. Y cuando yo llegué a As Pontes, ésta ya llevaba ocho años funcionando (Endesa empezó a construirla en 1974 y la finalizó en 1978).
35 veces más potente
En aquél entonces, los trabajadores con más experiencia venían de la Empresa Nacional Calvo Sotelo, la primera térmica de carbón que tuvo España, después de la Guerra Civil, en los años 40. Es decir, pasaron de una central de 40 megavatios a una de 1400 (cuatro grupos de generación de 350 megavatios). Satisfacía nada menos que el 6% de la demanda eléctrica del país.
Además, detrás de la planta estaba el parque de alta tensión, de 400 kilovoltios, también de Endesa, donde se conectaban todas las centrales de generación gallegas. Es decir, desde donde salía (y sigue saliendo) el 25% de la energía que consume el país. Cualquier equivocación en la operación desde la sala de control dejaba sin luz a la cuarta parte de la población de España. Es lo que sucedió en 1988, cuando un disparo de una línea de alta tensión probablemente por una tormenta produjo un cero energético. Tuvieron que suspenderse los partidos de la Copa del Rey por el apagón, que duró hora y media.
Recuerdo que todo allí se volvió fantasmagórico. La central se quedó a oscuras y solo se iluminaban las lucecitas de emergencia del cuadro de mando. Se activaron todas las alarmas y el ruido era ensordecedor. No sabías adónde ir o a qué atender. Momentos como ese se te quedan grabados. Un mal día para el jefe de turno que operaba la central, que era un año mayor que yo.
“Recuerdo que todo allí se volvió fantasmagórico. La central se quedó a oscuras y solo se iluminaban las lucecitas de emergencia del cuadro de mando. Se activaron todas las alarmas y el ruido era ensordecedor”.
Me veía, pues, en un complejo minero eléctrico impresionante; en unas instalaciones industriales de primer nivel. Eso me atrajo y sentí que había futuro, aunque la gente me decía lo contrario, porque a la mina a cielo abierto ya le quedaba poco carbón. Vaticinaban que cerraría en unos 10 o, como mucho, 15 años. Ya ves. Y hemos llegado hasta aquí.
Por el móvil
Hoy tan solo quedamos alrededor de 40 personas de plantilla trabajando. Las máquinas combinadas y las cintas transportadoras del parque de carbones, que antes tenían turnos de veinte trabajadores, han sido automatizadas y digitalizadas y ahora funcionan solas. La sala de control pasó de manejar 1.800 señales a 12.000. Hemos llegado a un punto en que desde el móvil podemos hoy ver las condiciones en las que está la central. Y, dentro de poco, podríamos arrancarla incluso desde el teléfono.
“Hemos llegado a un punto en que desde el móvil podemos hoy ver las condiciones en las que está la central. Y, dentro de poco, podríamos arrancarla incluso desde el teléfono”.
Aunque no sé si llegaremos a vivir algo así. Porque la central térmica más grande de España pronto pasará a estar en silencio. Sus turbinas y sus calderas se apagarán para siempre. Y no se escuchará absolutamente nada.


“La térmica más grande de España pasará pronto a estar en silencio. Sus turbinas y sus calderas se apagarán y no se escuchará absolutamente nada”.
Es duro ver que una instalación que ha dado tanto por el país y por el desarrollo de la industria nacional desaparecerá pronto. Pero todo tiene un fin. Y si el planeta está sufriendo por el calentamiento como consecuencia de la actividad industrial y humana que hemos desarrollado en los últimos 150 años, algo tenemos que empezar a cambiar.
A pesar de ese vacío que nos deja, los que trabajamos en As Pontes seguimos siendo una familia y le tenemos mucho cariño a la central. Compartimos un sentimiento de nostalgia por la época que termina, pero esperamos que pronto nuevos sonidos reemplacen el rugir de las turbinas.