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La cuenca del Sil, un viaje a los inicios del sector energético
«El agua es el principio de todas las cosas», Tales de Mileto.
El rastro de la nieve derretida empapa toda la falda de la Peña de Orniz, en esa ladera que se desploma hacia las comarcas de Babia y Laciana entre León y Asturias,. La primavera se aproxima, pero el cielo brilla encapotado y los vientos fríos todavía se deslizan con fuerza entre las cumbres de la cordillera Cantábrica. Gota a gota se va conformando un torrente que se lanza hacia la planicie que se intuye en el horizonte. El agua gana velocidad y va moldeando el terreno cuando alcanza la localidad de Villablino en León. De ese goteo infatigable nace la cuenca del Sil, un ecosistema de una belleza difícil de replicar y que ha jugado un papel estratégico en el sector energético en España.



A principios del siglo pasado en todo el regazo del río comenzaron a abrirse los yacimientos de carbón. La empresa Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP) aglutinó la mayor parte de las explotaciones y transformó por completo un paisaje que se había modelado por la agricultura y la ganadería. De pronto, con los inicios de una incipiente industria, se crearon modernas infraestructuras, como la línea del ferrocarril entre Villablino y Ponferrada, que incentivaron el crecimiento de la zona gracias a nuevos proyectos empresariales en torno al mineral.


Este universo de oportunidades económicas alcanzó al propio cauce del río, cuyo ímpetu se vio amortiguado con la construcción principalmente de las presas de Bárcena y Las Rozas. Las toneladas de hormigón elevaron el nivel del agua hasta dejarla encañonada en una concatenación de bosques repletos de robles, hayas, fresnos, salgueros y tejos por los que uno se puede tropezar con el oso pardo, el urogallo, el lince o las nutrias sin mayor esfuerzo que el simple hecho de ponerse a caminar.


Pero si hay algo realmente sobrecogedor de algunos de los lugares que va dejando atrás el agua en su extenso viaje hacia el mar, es el impactante silencio. No por la ausencia de ruido, sino por la mínima intervención del ser humano en la generación de esos sonidos naturales que te envuelven como en un home cinema.
La lámina de un azul pálido que creció junto a Bárcena tenía, entre otras utilidades, servir de refrigerante para la central térmica de Compostilla II, la segunda más importante del país después de la de As Pontes, con más de 1.300 MW de potencia instalada y que recogía el testigo de Compostilla I, el que fue el germen de Endesa. En sus orígenes, Compostilla consumía el carbón que se extraía de la propia cuenca en Laciana y el Bierzo, pero las exigencias de control de emisiones cada vez más estrictas fueron dando entrada al combustible fósil de importación menos contaminantes.



Mientras tanto, desde la presa de Las Rozas hasta Bárcena se fueron edificando sin apenas descanso instalaciones de aprovechamiento hidroeléctrico que sirviesen para extraer el máximo rendimiento al descomunal empuje que aquel ya lejano rastro de la nieve derretida de la Peña de Orniz iba ganando. Las centrales de Ondinas, Peñadrada, Cornatel, Quereño, Bárcena, Santa Marina I y Santa Marina II sobrepasan en conjunto los 400 MW de potencia instalada y no han perdido ni un gramo de trascendencia.
De hecho, estos megavatios son vitales para el proceso de transición energética hacia sociedades libres de emisiones contaminantes y que sumergió a Compostilla II en su desmantelamiento. La hidroeléctrica es, hasta el momento, la fórmula más sencilla para producir energía renovable de forma planificada y sirve de respaldo para esas otras renovables no gestionables, como la energía eólica y la solar, que padecen los vaivenes de la disponibilidad del recurso que las mantiene operativas.
Al pasar Ponferrada hacia Galicia una fina capa de lluvia se vuelve endémica y persigue al Sil en el tramo que lo lanza hacia su cruel destino. El río se rebela por última vez al dibujar unas imponentes laderas de curvas suaves, excava unas gargantas tan impresionantes que se han convertido en uno de los mayores atractivos turísticos de la comunidad. Es un último giro de guion que postpone su terrible final, porque no hay nada peor para un río que no llegar a encontrarse con el agua salada, que morir en otro río.
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