Agua y clima: el gran desafío a futuro
La conexión entre el ciclo del agua y el clima es innegable. En un planeta en calentamiento, la gestión eficaz del agua no solo es vital, sino esencial para nuestra supervivencia a largo plazo. Con el inicio del año hidrológico anual, que en España comienza el 1 de octubre, queda patente la urgencia de abordar esta relación y las posibles estrategias a implantar, como la agricultura regenerativa.
Por Rafael Sánchez Durán
El aumento de las temperaturas globales es solo una de las muchas facetas del "cambio climático", un término que la comunidad científica ha adoptado en lugar de "calentamiento global" por su capacidad para reflejar la complejidad de las interacciones sistémicas en la Tierra (IPCC, 2021). La dinámica del ciclo hidrológico es crucial para comprender las implicaciones de un planeta en proceso de calentamiento (Huntington, 2006 y Allan & Soden, 2022). Nos enfrentamos a un nuevo año hidrológico, que en España comienza el 1 de octubre y termina el 30 de septiembre, un período que nos exige prestar atención a las alteraciones sin precedentes en los patrones climáticos y en la disponibilidad de los recursos hídricos (Pörtner et al., 2022).
El sol, que calienta la superficie terrestre y la atmósfera, impulsa el proceso de circulación del agua desde los océanos a la atmósfera y desde allí vuelve a caer a la tierra en forma de lluvia, gran parte de la cual regresa a los océanos, conformando así el ciclo del agua. Sin embargo, cuando la atmósfera retiene más calor, debido al aumento de gases de efecto invernadero, se altera el ritmo normal de estos ciclos esenciales para la vida.
En la Península Ibérica, los efectos del cambio climático son evidentes: las precipitaciones son irregulares y escasas, la evaporación se intensifica y las sequías se prolongan, incrementando el estrés hídrico en una región históricamente vulnerable. Los ciclos estacionales, antes bien definidos, ahora son impredecibles, complicando la planificación y gestión de los recursos hídricos.
Esta situación coincide con lo que el IPCC describe como una "intensificación" del ciclo del agua, marcada por fenómenos climáticos extremos más frecuentes y severos. Las tormentas son más destructivas y las sequías más prolongadas, lo que plantea desafíos climáticos nuevos y difíciles de prever en diversas regiones del planeta.
Otro de los impactos más preocupantes e invisibles es el aumento del nivel del mar, causado por la expansión térmica de los océanos y la fusión del hielo, lo que ha provocado la salinización de las aguas subterráneas (Oppenheimer et al., 2019). Además, las inundaciones, cada vez más frecuentes y severas, están afectando los sistemas de drenaje urbano y agua potable, facilitando la propagación de patógenos que proliferan en ambientes cálidos (WHO, 2020).
Una alternativa sostenible: la agricultura regenerativa
En el sector agrícola, el cambio climático está reduciendo la productividad de los cultivos y aumentando la demanda de riego, lo que incrementa la presión sobre los recursos de agua dulce, de los cuales la agricultura ya consume más del 70% a nivel global (FAO, 2017). En este contexto, la agricultura regenerativa se presenta como una estrategia transformadora. Esta técnica promueve la sostenibilidad del suelo al mantener su fertilidad mediante los recursos propios de la naturaleza, sin usos de pesticidas ni abonos químicos y combinando la agricultura y la ganadería con animales de pasto para fertilizar la tierra.
Este enfoque, que prioriza la salud del suelo, la biodiversidad y la restauración de los ciclos naturales del agua, ofrece una alternativa sostenible a los métodos agrícolas convencionales, que suelen depender del uso intensivo de agua y productos químicos (LaCanne & Lundgren, 2018). La agricultura regenerativa no solo puede disminuir la necesidad de riego al mejorar la retención de agua en los suelos, sino que también contribuye a la captura de carbono, ayudando a mitigar algunos efectos del cambio climático (Gattinger et al., 2012).
En el ámbito de la generación de energía, la disminución de los niveles de agua en las represas hidroeléctricas, debido a sequías prolongadas, podría aumentar la dependencia de combustibles fósiles (van Vliet et al., 2016).
Por otro lado, las sequías y otros desastres climáticos están impulsando la migración hacia áreas urbanas a escala mundial, a menudo hacia ciudades que carecen de la infraestructura hídrica adecuada, lo que aumenta la explotación de fuentes de agua ilegales e insostenibles (Rigaud et al., 2018).
En resumen, la conexión entre el agua y el clima es innegable, y cada ciclo hidrológico anual subraya la urgencia de abordar esta relación. En un planeta en calentamiento, la gestión eficaz del agua no solo es vital, sino esencial para nuestra supervivencia a largo plazo. El cambio climático está redefiniendo la política del agua, obligándonos a repensar su gestión en un mundo cada vez más impredecible. La adopción de prácticas como la agricultura regenerativa se convierte en una necesidad imperiosa para garantizar la sostenibilidad de los recursos de agua dulce, fundamentales para nuestra alimentación y supervivencia.